Aunque trate de invocar
tus serpientes empedradas de niebla,
la arquitectura de tu rostro antiguo y nuevo
o el vendaval de musgo entre los muertos
lo que más recuerdo de ti,
ciudad albina,
es un campo de estrellas.
Podría recordarte por las catacumbas
llenas de cielo y saxofón
o por las esquinas emblemáticas y abiertas.
Podría haberme conquistado
-y casi, casi lo hizo-
la lluvia y sus espejos de adoquines,
los ojos sin párpados entrecerrados
en esa conciencia clara de la penumbra.
Te recuerdo gris, ciudad albina,
y encantadora y secretamente verde,
selváticamente desierta.
Podría recordar de ti
los ojos obsidiana de tus esfinges
o la guardia y los dragones que aguardan.
Pero lo que atormenta
y cautiva mi corazón
es ese campo de estrellas prófugas,
cayendo en ti, oh, naciendo de ti, oh,
inefable Albión.
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