Estás aquí lamiendo mi sangre,
horadando la piel a grandes pasos,
el gusano en la manzana prohibida. Y te conozco, sí,
te reconozco en los terraplenes
y las amapolas que no llegaban a ser rojas,
que eran monjas o presos o lobos
y nos hacían brujos adivinos.
Estás aquí como la altura de espigas
y la parábola de los saltamontes,
como un escozor de ortigas
que cauterizan la palma de tus manos.
Estás aquí pero ya no puedo tocarte
ni aplastarte contra el foso del garaje
donde las sierpes dormitan
mecidas en blandas telarañas.
Estás aquí pero no estás
dice mi mente
y la ausencia mi corazón desmiente.
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