Menos mal que no tengo que medirme
y buscar alrededor de las palabras,
a través de las palabras,
metáforas que están,
que nunca han existido,
que serán por otras voces transformadas.
Donde sufre la luna travesuras del sol
se descorren las cortinas. Y ruge
mi garganta leonina
porque tu voz no es la mía
y lo domesticado de los versos
salta en cairel hacia afuera por los arcos de fuego
de tus ojos, que no son los míos
y empieza el espectáculo de tu destrucción.
O peor, de la descomposición de lo sentido
por haber osado hacerse escrito.
Déjame, te digo, yacer en la sabana
que no es sábana protectora de sueños.
Las letras son sólo mías
para comprenderlas.
Si quieres intuirlas, hiena,
alimentarte de moribundos espejismos
tal vez acabes siendo antílope
y escribas con tu sangre hirviente
en el desierto de estos espacios.
Mis cachorros esquivarán
el látigo de tus falsas aliteraciones.
Sí, hablo de leones, madrileños
para más señas. Podría hablar de osos
pero así los buitres no me temerían.
Y esa es mi intención, lo reconozco,
asustar a quien se acerque a mis crías,
crías que hasta yo desconozco,
pero mías, mías, mías,
mi camada, poesía leonina.
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