jueves, 26 de agosto de 2010

Felices para siempre.

El otoño parece reafirmarse en el crepúsculo: los sueños perdidos son dorados y su boca triste y roja corta el cielo. El sol se deshace lentamente en el horizonte, como un hielo sobre la piel del mundo. Dos sombras se alargan y se unen en el suelo del jardín.

-No esperaba que fuera una historia de cuento de hadas, sólo quería quererte y que me quisieras. Parecía sencillo.

Violeta cierra los ojos, recordando aquellos primeros días en los que él la llamaba princesa y ella se reía y bailaba a su alrededor descalza sobre la hierba y sin más vestido que su sonrisa. Su voz se vuelve más suave y melancólica, apenas un murmullo que el viento arrastra con facilidad. Aunque dejara de hablar Javier sabría lo que quería decirle sólo con mirarla a los ojos. Pero no quiere hacerlo desde hace días, así que Violeta se obliga a mover los labios y sigue hablando.

-Podría haberlo sido. Lo sabes, ¿no? Podría haber sido sencillo y grande y maravilloso. Y épico. Nuestro amor podría haber sido leyenda. Habrían escrito libros con nuestra historia, millares de personas soñarían con ser nosotros después de haber leído cómo nos conocimos y lo que hicimos para estar juntos, que dejamos atrás todo y a todos y que fuimos felices para siempre, hasta el fin de nuestros días. Juntos.

El silencio se levanta entre los dos como una muralla. No espera que Javier diga nada, pero no sabe cómo continuar. Incómoda, se muerde el labio y juguetea con su pulsera. Javier levanta la cabeza y por un momento Violeta cree que va a mirarla a los ojos, pero él se limita a mirar al frente, a la fuente rota o a la vieja escultura de mármol llena de graffittis, o a ninguna parte, quizás.

-Sí, podría haberlo sido.

Siempre se le ha dado bien lo de decir muchas cosas con pocas palabras, convertir un beso en un "te quiero", un abrazo en un "estoy aquí, contigo", una sonrisa en un mundo entero que disfrutar, un guiño en un secreto compartido. Ahora esa frase parece fría y lejana. Sin sentido. O sin sentimientos. No sabe cuál de las dos opciones le molesta más.

-¿Y por qué no lo fue, Javier? ¿Por qué estamos aquí diciendo adiós?

Javier suspira, agacha la cabeza y luego se gira para mirarla a los ojos tan intensamente que duele.

-Porque no somos protagonistas de nuestra historia, princesa. Lo fuimos, al principio lo fuimos, con un "felices para siempre" grabado en el corazón. Pero hay cosas que los cuentos no dicen. Que el amor se acaba, o se gasta, o se agota. O se cansa. Que el siempre y el felices son eufemismos, porque hay momentos tristes y, desde luego, no somos eternos. Ni siquiera somos los mismos al cabo de un tiempo. Las cosas se transforman, princesa, las perdices se convierten en pescado, las plumas en escamas, las alas en espinas. Tú has cambiado, Violeta. Yo he cambiado. Y no hay tinta, ni pluma, ni magia que pueda borrar eso.

Violeta cierra los puños con fuerza y le cosquillea la piel. Tiene ganas de pegarle o de besarle. De las dos cosas, tal vez.

-¿Y eso es todo? ¿Las cosas cambian? ¿Ese es tu gran descubrimiento? ¿Tu gran excusa?

-No es una e...

-¡No! ¡Sí lo es! Ya sé que las cosas cambian, todo el mundo lo sabe. Y tú lo sabías cuando empezamos a salir. Y yo lo sabía. Pero no es malo que cambien, Javier. No es malo en absoluto. Nos caemos, nos levantamos con heridas, se curan y nos queda una cicatriz. Y cambiamos. Aprendemos. Y sabemos cómo no volver a tropezar. Podemos arreglarlo, Javier. Si lo intentamos de verdad, podremos hacerlo.

-Pero es que yo he cambiado, princesa. En el fondo ese es el único problema. Que he cambiado. No te quiero. Te quise. Te amé, de verdad que lo hice, con todas mis fuerzas. Pero ya no.

Violeta asiente para sí misma y se levanta. El aire huele a lluvia y el sol empieza a ocultarse en el horizonte. Se abraza a sí misma, conteniendo un escalofrío.

-Entonces, ¿ya está? ¿Se acabó?

-Sí, princesa. Se acabó. Pero esto no tiene por qué ser un adiós definitivo. Podemos ser amigos.

Violeta lanza una carcajada que es más un sollozo y se da la vuelta, dándole la espalda.

-No, no podemos.

-¿Por qué no?

-Porque no puedo tenerte sólo como amigo. De verdad que no. Nunca pude. Ni podré.

Javier se encoje sobre sí mismo. No le sorprende. A Violeta nunca le han gustado las cosas a medias. Pero esperaba que con él hiciera una excepción. Algunas cosas nunca cambian. Javier se levanta, se acerca a Violeta y la abraza por detrás.

-Siento que esto acabe así, princesa. Espero que... bueno, que seas feliz. Me llamarás, ¿verdad? Para saber que todo te va bien y esas cosas.

-Sí, te llamaré. Al final lo haré, aunque me duela. Está bien, te llamaré. Mucha suerte en todo, Javier. Espero que seas feliz.

Violeta se da la vuelta, le da un beso en los labios y se marcha. Su figura se funde con la noche que ya les ha caído encima. Javier se sienta en el banco y mira las estrellas.

-Yo también lo espero, princesa. Que seamos felices para siempre...

martes, 10 de agosto de 2010

Claros de luna.

I

Lucerna brilla en su remanso de adagios tranquilos,
hermosa prisión de riveras dormidas
donde se arremolinan estandartes desgastados
por los años, estandartes enclavados como estatuas
con sus brazos de cerezo y seda ondeando al viento.

Es el sitio equivocado
donde hacerle trampas a la melancolía,
el dulce minueto de los juncos convoca a los recuerdos
tristes, a los recuerdos dulces,
a la memoria en piedra y en hierro
que tasa en siglos la luz de sus esquifes.

II

La noche sueña con un paraíso artificial
a orillas del Sena. Su dama azul,
insólitamente lúcida, canta sobre su oscura tempestad
con cinco voces antiguas como el tiempo.

Nada escapa del río del olvido, ni siquiera
la huída, ni la esperanza en su ánfora sellada,
pero en él permanecen atrapados e inmortales
los deseos más hermosos del silencio. Y cuando
tiende sobre él el ocaso su manto estrellado
baila cautivadoramente sobre sus aguas
el hechizo hecho sonido y la magia, sonata.

jueves, 5 de agosto de 2010

Tanto que nos sobra.

Tanto tonto que habla y nunca escucha,
tantas medias tintas emborronadas,
tanta tendencia descolocada,
tanto tantear por los rincones,
tanto tener que ser princesas,
tanta libertad domesticada
y tan pocas verdaderas tentaciones...