martes, 10 de agosto de 2010

Claros de luna.

I

Lucerna brilla en su remanso de adagios tranquilos,
hermosa prisión de riveras dormidas
donde se arremolinan estandartes desgastados
por los años, estandartes enclavados como estatuas
con sus brazos de cerezo y seda ondeando al viento.

Es el sitio equivocado
donde hacerle trampas a la melancolía,
el dulce minueto de los juncos convoca a los recuerdos
tristes, a los recuerdos dulces,
a la memoria en piedra y en hierro
que tasa en siglos la luz de sus esquifes.

II

La noche sueña con un paraíso artificial
a orillas del Sena. Su dama azul,
insólitamente lúcida, canta sobre su oscura tempestad
con cinco voces antiguas como el tiempo.

Nada escapa del río del olvido, ni siquiera
la huída, ni la esperanza en su ánfora sellada,
pero en él permanecen atrapados e inmortales
los deseos más hermosos del silencio. Y cuando
tiende sobre él el ocaso su manto estrellado
baila cautivadoramente sobre sus aguas
el hechizo hecho sonido y la magia, sonata.

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