Si, derroché mañanas como todos los demás,
no había nadie a quién disculpar,
no había fin, sólo ganar.
Sí, limité mi cielo a otra soledad,
no había canciones para escuchar,
no había luz, sólo gritar.
Y de repente y sin aviso
te metiste en mis resquicios
como un río desbocado,
con destreza y sin reparos,
tras de ti sólo vestigios
de restos de algún pasado.
Y así fue como olvidaste preguntar
y tus ojos dispararon a matar
atravesando las barreras de los miedos,
reconstruyendo poco a poco mis deseos
y descubrí que no atendía a más razones
que las que daban mi corazón y mis tentaciones.
Y llegamos sin descanso
a la rosa de los vientos
con un norte equivocado
y abordando los infiernos
por no abandonar recuerdos...
Y nos vimos distanciados
entre todos los demás,
de repente no eran tantos
los minutos que aclarar
y nos fuimos tropezando
con esos primeros pasos.
Pero quién sabe cuándo acabará,
si es que esta historia tiene un final,
quién sabe adónde llevará,
sólo el mañana nos lo dirá...
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