Tu recuerdo, el bueno,
siempre será Sinatra y sol de invierno
tras los aguaceros. Besos bajo la lluvia
de año nuevo, plata y baratijas
que crecen en la hierba del Retiro. Un juego
y claves manifiestas en la nube
electrónica. Miradas y decenas
de medias confesiones a través de la pantalla.
Será el laberinto del Madrid barroco,
primerizo y discreto, y tu guía
de manos grandes a un guante
de distancia. La conversación
más larga que he tenido,
perder sin reproche los miedos
que forjé durante años, y un retrato
cargado de promesas. Dos estrellas
espías en la ventana de tu habitación,
chocolate compartido
y despedidas de estación.
El otoño más rojo y una sonrisa
suave como pocas, aquella
madrugada entre tus brazos
-repentino verano en los bolsillos-
y el regalo de haber sido amada
con más de mil nombres distintos.
De las malas memorias prefiero
no acordarme, deshacerlas
con el temblor del tiempo pasado
y verlas con improvisada miopía
para que no llegue a definirse
su borde afilado de desencantos
y nuevas -y mejores- soledades.
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