domingo, 28 de noviembre de 2010
Descansando, al fin (A mi abuelo Antonio)
Viene el silencio joven de junio y tu voz,
que es un velero azul sobre carbones,
me llama cargada de naufragios.
Ahora en cada playa me sobran las gaviotas mercenarias,
me sobra la arena de los años pasados.
La pesca de horas brilla a escamas perdidas
y me corta la respiración
ese hueco de agallas.
Las pupilas querían olvidar el mar
y no podían,
igual mi olvido estaba escaso de recuerdos
pero olía a libro viejo y polvo nuevo
de brea blanca y cal oscurecida.
Poniente era una exclamación sobre el mundo
y el sol, un incorrecto punto suspensivo
que pausaba la conversación de las aves:
ellas trinaban acerca de cañones encendidos
sobre mechas gastadas, cantaban la rutina
de las callejuelas, piaban el reflejo más exacto
de la lonja febril. Eran la canción que vibraba
incansablemente en el Puerto de Santa María.
Y estarás siempre allí, durmiendo en los nidos,
de vuelta a ese siglo tuyo que no comprendí,
de regreso al pulso antiguo de Andalucía,
tranquilo en tu ocaso de jazmines...
Descansando, al fin.
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