-Vámonos.
Él levantó los ojos de la pantalla y la miró interrogante.
-Si acabamos de llegar, y todavía no he encontrado nada interesante.
Estaban tumbados en el suelo, sobre la alfombra del salón, él buscando opiniones de películas para coger alguna en el videoclub de la esquina, ella jugueteando con quién sabe qué nuevo rompecabezas que acababa de comprar esa misma mañana. Ella sonrió, sin despegar ni un instante su mirada del conjunto de cuerdas y piezas de metal que tenía entre las manos.
-No, no me refiero a esta tarde, a hoy, a esta semana. Me refiero a la próxima quizás, o al mes que viene, cuando podamos. Vámonos a Roma, a Venecia, a Pekín. Vámonos a Behirut, a Nueva York, a Moscú.
-¿Qué quieres, dar la vuelta al mundo en 80 días o qué?- Él soltó una carcajada, mientras ella gruñía y movía sus dedos de formas imposibles.- Mira, podemos ver la peli, si quieres, creo que sale Jackie Chan.-Sus dedos también se movían sobre el teclado de formas imposibles y escribía tan rápido que casi parecía cosa de magia.
Tras unos momentos de silencio y concentración y dos pares de manos que se movían de formas imposibles con fines distintos ella tiró el rompecabezas incompleto con frustración y se tumbó bocarriba en la alfombra.
-No, lo digo en serio. Coge unos días de vacaciones de esos que aún te deben y vámonos a cualquier parte. Elige una ciudad, un pueblo, un lugar, cualquier sitio que se te ocurra o mejor, el que más te guste, ese sitio con el que llevas mucho tiempo soñando ir. Siempre estamos diciendo que tendríamos que ir de viaje, pues hagámoslo. Es tan sencillo como escoger un destino y elegir fecha. -Cada vez hablaba más deprisa, se había levantado y giraba alrededor de él como un satélite enloquecido. Tras dar un par de vueltas más, se colocó en frente de él, se agachó y cerró la tapa del portátil. –Vamos, deja de buscar una peli de aventuras y vivamos una aventura de verdad. Cierra los ojos y cuando cuente tres, decimos los dos en voz alta un lugar al que siempre hayamos querido ir. –Sus dedos se movían de formas imposibles sobre las manos de él, inquietos y avasalladores. Su mirada también hacía cosas imposibles en los pensamientos de él, que finalmente accedió y cerró los ojos muy fuerte, como un niño que ve venir un golpe y se esconde del dolor tras los párpados. –Una –bosques, montañas, desiertos-, dos –islas, ríos, ciudades- y tres …
Un silencio, sueños colapsándose en un nombre.
-Islas Lofoten -dijo ella. Y eligió el destino al hielo.
-Lúxor -dijo él. Y eligió el destino al fuego.
Se miraron y empezaron a reírse.
-Estupendo, no podíamos haber escogido dos lugares más diferentes. ¿Y ahora qué, cómo elegimos?
-Pues ahora… Ya hemos elegido, buscamos vuelo, fechas, mapas… Y vamos a los dos sitios.
-Vamos a pasar más tiempo en el avión que en otro sitio…
-Pues nos cogemos un par de días más de vacaciones. Pero vamos a los dos.
-¿Por qué? ¿No sería mejor ir en dos viajes? Primero al mío y luego al tuyo, o al revés, total, puestos a viajar…
-Total, puestos a viajar, vamos a los dos en el mismo viaje.- Le rebatió ella. De alguna forma, siempre le daba la vuelta a sus argumentos y los volvía contra él y aunque no discutieran mucho, incluso cuando ganaba él sentía que ella le había dejado vencer por pura pereza.- Es más equitativo de esta manera, no hay un viaje de mis sueños y antes o después un viaje de tus sueños. Es un viaje de los dos, un viaje de sueños míos y de sueños tuyos y, al final, un viaje de sueños compartidos. ¿No te parece más romántico así?
Sus ideas del romanticismo siempre habían sido un poco raras, cosas como intercambiar libros, comer pistachos en la terraza de edificios muy altos y patinar en el parque aunque los dos fueran extremadamente torpes. De ese tipo de cosas sólo encontraba el romanticismo en su sonrisa, aunque era suficiente. Pero esta vez sí que podía comprenderlo. Viajar juntos, compartir maleta, dormir en el avión, eso sí podía entenderlo completamente. Movió la cabeza con reticencia y casi con incredulidad. Habían empezado el día planeando ver una peli y ahora estaban planeando un viaje.
-Supongo… de todas formas, ¿dónde están las Islas Lofoten? ¿en el Caribe? ¿Australia? Nunca las he escuchado nombrar…
Ella sonrió, casi relamiéndose de gusto, sabiendo que había vuelto a salirse con la suya. Incluso aunque él no acabara de aceptarlo todavía, ni se decidiera hoy, tal vez incluso hasta dentro de unas semanas. Pero al final le diría que sí.
-Están en Noruega, es un pequeño archipiélago al norte del Círculo Polar Ártico. En verano nunca se pone el sol. En invierno nunca se hace de día. Anochece y amanece una vez al año.
-Ufff, pero qué frío ¿no? Yo pensé que te gustaba más el verano, siempre te estás quejando de que en invierno nunca se te llegan a calentar los pies del todo. Y puedo dar fe de ello.-Ella estaba descalza y para probar su afirmación él la agarró por los pies y empezó a hacerle cosquillas. Ella se retorció riendo y se sentó al estilo japonés para que no volviera a pillarla.-En cualquier caso, ¿qué hay allí? Aparte de hielo, nieve y personas congeladas, claro.
-Pues no es que haya nada en especial, unos paisajes preciosos, como todos los países del norte, bosques, fiordos, nieve bajo el sol, estrellas de hielo… Es un lugar bonito, sin duda, pero no es lo que hay, es lo que puede haber lo que me fascina.
No llegaba a los 25 pero ella ya tenía arrugas de sonreír y se le marcaron todas y cada una de ellas mientras le miraba como si acabara de revelarle el secreto mejor guardado del mundo. Y él, como de costumbre, se había perdido en algún punto.
-No lo entiendo… ¿lo que puede haber?
-Sí.
-¿Papá Noel, una base secreta, la nave de una raza extraterrestre?
-No.
-¿Osos bailarines, mamuts, el Big Foot?
-No.
-Vale, me rindo, ¿qué es lo que puede haber?
Ella se tumbó y apoyó la cabeza en sus piernas, mirando al techo pero a la vez mucho más allá, mucho más lejos, mucho más hacia dentro también. Movió los labios sin decir nada, como buscando las palabras. Finalmente habló y no contestó a su pregunta, sino que formuló otra, al estilo socrático.
-¿Qué es lo que puede haber en Lúxor? Desierto, oasis, mausoleos. Allí también hay cosas que hay y cosas que puede haber. Momias, ¿te imaginas? Después de tantos años, tan ajenas al mundo, si se despertaran... ¿Qué diría la Esfinge si se desprendiera de su piel de piedra?
-Pues lo mismo que a Edipo, a ver si esta vez no le falla el truco...
-”¿Cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro patas, dos al mediodía y tres por la noche y es más débil cuando más patas tiene?”. Creo que eso desmitificaría la legendaria inteligencia de la Esfinge. De tantas cosas que podría decir, repetir el error que cometió hace milenios...
Se quedó callada mientras él le acariciaba el pelo. Era un silencio plácido, cómodo, en el que se movían como peces en el agua. Un silencio que no ahogaba las palabras, sino que las asentaba, dándoles forma.
-Oye, no te creas que me he olvidado de las islas Noruegas esas. Del nombre sí, pero no de que no me has dicho aún qué quieres ir a ver allí.
Arrugas y sonrisas de nuevo y ojos brillantes y una felicidad tan simple, tan tranquila, tan abnegada a su propia existencia que la habitación parecía hacerse más grande sólo para contenerla.
-Auroras boreales.-Susurró, y había una emoción intensa y pura que resonaba en cada sílaba.
-Auroras boreales.-Repitió él despacio, como quien dice el nombre de un dios extranjero, temiendo ofender a alguna conciencia atávica con una mala pronunciación. Ella, que no era una deidad pero sí podía llegar a veces a ser una aproximación extraordinaria, asintió lentamente con la cabeza.
Y no hizo falta nada más. Porque había cosas que podían ser y había cosas que eran y cosas que habían sido y aún flotaban en el aire. Porque a veces las manos que se mueven de formas imposibles son más lentas que los corazones que practican acrobacias sin red y que creen en sueños suyos, en sueños ajenos, en sueños compartidos. Porque para soñar no hace falta nada más que la intención, pero para realizar un sueño hay que colapsar todas las posibilidades infinitas en una única realidad. Es en ese paso del Rubicón donde puede el corazón perder el pie... Pero ninguno de los dos se tropezó aquella vez entre el fuego y el hielo.
Él levantó los ojos de la pantalla y la miró interrogante.
-Si acabamos de llegar, y todavía no he encontrado nada interesante.
Estaban tumbados en el suelo, sobre la alfombra del salón, él buscando opiniones de películas para coger alguna en el videoclub de la esquina, ella jugueteando con quién sabe qué nuevo rompecabezas que acababa de comprar esa misma mañana. Ella sonrió, sin despegar ni un instante su mirada del conjunto de cuerdas y piezas de metal que tenía entre las manos.
-No, no me refiero a esta tarde, a hoy, a esta semana. Me refiero a la próxima quizás, o al mes que viene, cuando podamos. Vámonos a Roma, a Venecia, a Pekín. Vámonos a Behirut, a Nueva York, a Moscú.
-¿Qué quieres, dar la vuelta al mundo en 80 días o qué?- Él soltó una carcajada, mientras ella gruñía y movía sus dedos de formas imposibles.- Mira, podemos ver la peli, si quieres, creo que sale Jackie Chan.-Sus dedos también se movían sobre el teclado de formas imposibles y escribía tan rápido que casi parecía cosa de magia.
Tras unos momentos de silencio y concentración y dos pares de manos que se movían de formas imposibles con fines distintos ella tiró el rompecabezas incompleto con frustración y se tumbó bocarriba en la alfombra.
-No, lo digo en serio. Coge unos días de vacaciones de esos que aún te deben y vámonos a cualquier parte. Elige una ciudad, un pueblo, un lugar, cualquier sitio que se te ocurra o mejor, el que más te guste, ese sitio con el que llevas mucho tiempo soñando ir. Siempre estamos diciendo que tendríamos que ir de viaje, pues hagámoslo. Es tan sencillo como escoger un destino y elegir fecha. -Cada vez hablaba más deprisa, se había levantado y giraba alrededor de él como un satélite enloquecido. Tras dar un par de vueltas más, se colocó en frente de él, se agachó y cerró la tapa del portátil. –Vamos, deja de buscar una peli de aventuras y vivamos una aventura de verdad. Cierra los ojos y cuando cuente tres, decimos los dos en voz alta un lugar al que siempre hayamos querido ir. –Sus dedos se movían de formas imposibles sobre las manos de él, inquietos y avasalladores. Su mirada también hacía cosas imposibles en los pensamientos de él, que finalmente accedió y cerró los ojos muy fuerte, como un niño que ve venir un golpe y se esconde del dolor tras los párpados. –Una –bosques, montañas, desiertos-, dos –islas, ríos, ciudades- y tres …
Un silencio, sueños colapsándose en un nombre.
-Islas Lofoten -dijo ella. Y eligió el destino al hielo.
-Lúxor -dijo él. Y eligió el destino al fuego.
Se miraron y empezaron a reírse.
-Estupendo, no podíamos haber escogido dos lugares más diferentes. ¿Y ahora qué, cómo elegimos?
-Pues ahora… Ya hemos elegido, buscamos vuelo, fechas, mapas… Y vamos a los dos sitios.
-Vamos a pasar más tiempo en el avión que en otro sitio…
-Pues nos cogemos un par de días más de vacaciones. Pero vamos a los dos.
-¿Por qué? ¿No sería mejor ir en dos viajes? Primero al mío y luego al tuyo, o al revés, total, puestos a viajar…
-Total, puestos a viajar, vamos a los dos en el mismo viaje.- Le rebatió ella. De alguna forma, siempre le daba la vuelta a sus argumentos y los volvía contra él y aunque no discutieran mucho, incluso cuando ganaba él sentía que ella le había dejado vencer por pura pereza.- Es más equitativo de esta manera, no hay un viaje de mis sueños y antes o después un viaje de tus sueños. Es un viaje de los dos, un viaje de sueños míos y de sueños tuyos y, al final, un viaje de sueños compartidos. ¿No te parece más romántico así?
Sus ideas del romanticismo siempre habían sido un poco raras, cosas como intercambiar libros, comer pistachos en la terraza de edificios muy altos y patinar en el parque aunque los dos fueran extremadamente torpes. De ese tipo de cosas sólo encontraba el romanticismo en su sonrisa, aunque era suficiente. Pero esta vez sí que podía comprenderlo. Viajar juntos, compartir maleta, dormir en el avión, eso sí podía entenderlo completamente. Movió la cabeza con reticencia y casi con incredulidad. Habían empezado el día planeando ver una peli y ahora estaban planeando un viaje.
-Supongo… de todas formas, ¿dónde están las Islas Lofoten? ¿en el Caribe? ¿Australia? Nunca las he escuchado nombrar…
Ella sonrió, casi relamiéndose de gusto, sabiendo que había vuelto a salirse con la suya. Incluso aunque él no acabara de aceptarlo todavía, ni se decidiera hoy, tal vez incluso hasta dentro de unas semanas. Pero al final le diría que sí.
-Están en Noruega, es un pequeño archipiélago al norte del Círculo Polar Ártico. En verano nunca se pone el sol. En invierno nunca se hace de día. Anochece y amanece una vez al año.
-Ufff, pero qué frío ¿no? Yo pensé que te gustaba más el verano, siempre te estás quejando de que en invierno nunca se te llegan a calentar los pies del todo. Y puedo dar fe de ello.-Ella estaba descalza y para probar su afirmación él la agarró por los pies y empezó a hacerle cosquillas. Ella se retorció riendo y se sentó al estilo japonés para que no volviera a pillarla.-En cualquier caso, ¿qué hay allí? Aparte de hielo, nieve y personas congeladas, claro.
-Pues no es que haya nada en especial, unos paisajes preciosos, como todos los países del norte, bosques, fiordos, nieve bajo el sol, estrellas de hielo… Es un lugar bonito, sin duda, pero no es lo que hay, es lo que puede haber lo que me fascina.
No llegaba a los 25 pero ella ya tenía arrugas de sonreír y se le marcaron todas y cada una de ellas mientras le miraba como si acabara de revelarle el secreto mejor guardado del mundo. Y él, como de costumbre, se había perdido en algún punto.
-No lo entiendo… ¿lo que puede haber?
-Sí.
-¿Papá Noel, una base secreta, la nave de una raza extraterrestre?
-No.
-¿Osos bailarines, mamuts, el Big Foot?
-No.
-Vale, me rindo, ¿qué es lo que puede haber?
Ella se tumbó y apoyó la cabeza en sus piernas, mirando al techo pero a la vez mucho más allá, mucho más lejos, mucho más hacia dentro también. Movió los labios sin decir nada, como buscando las palabras. Finalmente habló y no contestó a su pregunta, sino que formuló otra, al estilo socrático.
-¿Qué es lo que puede haber en Lúxor? Desierto, oasis, mausoleos. Allí también hay cosas que hay y cosas que puede haber. Momias, ¿te imaginas? Después de tantos años, tan ajenas al mundo, si se despertaran... ¿Qué diría la Esfinge si se desprendiera de su piel de piedra?
-Pues lo mismo que a Edipo, a ver si esta vez no le falla el truco...
-”¿Cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro patas, dos al mediodía y tres por la noche y es más débil cuando más patas tiene?”. Creo que eso desmitificaría la legendaria inteligencia de la Esfinge. De tantas cosas que podría decir, repetir el error que cometió hace milenios...
Se quedó callada mientras él le acariciaba el pelo. Era un silencio plácido, cómodo, en el que se movían como peces en el agua. Un silencio que no ahogaba las palabras, sino que las asentaba, dándoles forma.
-Oye, no te creas que me he olvidado de las islas Noruegas esas. Del nombre sí, pero no de que no me has dicho aún qué quieres ir a ver allí.
Arrugas y sonrisas de nuevo y ojos brillantes y una felicidad tan simple, tan tranquila, tan abnegada a su propia existencia que la habitación parecía hacerse más grande sólo para contenerla.
-Auroras boreales.-Susurró, y había una emoción intensa y pura que resonaba en cada sílaba.
-Auroras boreales.-Repitió él despacio, como quien dice el nombre de un dios extranjero, temiendo ofender a alguna conciencia atávica con una mala pronunciación. Ella, que no era una deidad pero sí podía llegar a veces a ser una aproximación extraordinaria, asintió lentamente con la cabeza.
Y no hizo falta nada más. Porque había cosas que podían ser y había cosas que eran y cosas que habían sido y aún flotaban en el aire. Porque a veces las manos que se mueven de formas imposibles son más lentas que los corazones que practican acrobacias sin red y que creen en sueños suyos, en sueños ajenos, en sueños compartidos. Porque para soñar no hace falta nada más que la intención, pero para realizar un sueño hay que colapsar todas las posibilidades infinitas en una única realidad. Es en ese paso del Rubicón donde puede el corazón perder el pie... Pero ninguno de los dos se tropezó aquella vez entre el fuego y el hielo.
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