sábado, 4 de julio de 2009

De vuelta a casa.

Se nos arremolina el tiempo entre los dedos como un huracán acorralado entre la noche y la palabra. No hay historia más exacta que el latir descontrolado de silencios, que el batir acompasado de las palmas oníricas. Así nos inundamos de lecciones, de vidas entrelazadas por el fuego y por el hielo, sublimando hasta perder el sentido de la unicidad más primitiva. Si fuéramos ahora amaneceres, curvaríamos en guerra el horizonte, piel con piel, bajo una línea dorada forjada con risas y endurecida con llantos. Nos quedan dos universos en precaria unión, prestos a separarse en cualquier momento. Tan sólo el mismo espacio los mantiene unidos, pero hay canciones que llegan, nos llenan, se cortan y tras sus notas queda un reguero de notas sangrantes, de compases mal controlados. Es el tempo de la discordia que se alimenta de hogueras escondidas, cada Troya infinitamente repetida al borde de la desolación. Pero esquivamos los abismos como auroras detrás de las persianas, guardando cabizbajos las certezas, cambiando las virtudes por sombras de titánicos defectos. Intentamos a nuestra manera invertir los soles traicioneros, pero la luz era -y sigue siendo- fuerte, y sus oscuridades, muy alargadas. ¿Podríamos haber desenterrado infiernos para evitar incendiar el cielo? Tal vez, mas ya las horas no retornan, ni es bueno atravesar el tiempo con el agudo filo de los quizás. Ahora que todo ha acabado, siento que tampoco sería lo correcto, que de todo se aprende. Y es que, además, no cambiaría una sola sonrisa por muchas lágrimas que haya costado cada una.

No hay comentarios: