martes, 17 de noviembre de 2009

Día gris.

Hay días luminosos, días negros y días grises.

Los días luminosos empiezan como un día normal y conforme avanzan todo lo que haces, dices o piensas es brillante, como un faro en la noche, y el tiempo pasa rápido, pero disfrutas de cada momento.

Los días negros empiezan como un día normal y según avanzan se te van torciendo las cosas como si algún gigante maniático le pusiera la zancadilla a tus deseos, se alimentara de tus ganas de reir y destruyera los pensamientos positivos.

Pero los días grises son los peores de todos. Te despiertas aletargado, o triste, o con un no-se-qué-que-qué-sé-yo que no te deja ver las cosas claras. Y no tienes ganas de hacer nada, y si haces algo lo haces mecánicamente, sin energía, como cuando caminas hacia casa y estás agotado y tus pies te llevan solos. Y de alguna manera las cosas no salen ni bien ni mal, simplemente pasan, y llega un momento en que te preguntas qué estás haciendo con tu vida, por qué ya ni siquiera puedes tener derecho a un día bueno, o incluso a un día malo en condiciones.

Odio los días grises. Pero aún odio más no ser capaz de escapar de ellos.

No hay comentarios: