miércoles, 5 de mayo de 2010

Un tiempo para dos.

Su instinto le grita órdenes contradictorias que oscilan entre la huída y la aproximación. Finalmente vence el impulso de acercarse y Laura se deja atrapar, como una Eva reencarnada que cae en la tentación.

Rafael sonríe complacido y deja que sea ella la que le quite la ropa, aprovechando que tiene las manos libres para deslizar las manos por debajo de su blusa, subiendo poco a poco por su vientre hasta llegar a la parte baja del sujetador, que delinea lentamente con los dedos.

Las manos de Laura son como un vendaval que recorre todo su cuerpo, como si estuviera en todas partes y en ninguna a la vez, y Rafael decide distraerla un poco para que baje el ritmo. Hunde su boca en la de ella, incitándola con su lengua hasta que nota las manos de Laura enredarse en su pelo, exigiéndole más. Laura sonríe contra su boca cuando él le muerde el labio inferior, y sus dedos bajan erráticamente por la espalda hasta que llegan al borde del pantalón.

Rafael le desabrocha la blusa con dedos torpes por la excitación mientras ella lucha con la hebilla del cinturón.

Se separan apenas unos segundos y vuelven a besarse como si respiraran a través del otro. Las prendas van cayendo al suelo como hojas secas, y de alguna forma llegan hasta la cama. Laura se gira hasta quedar encima y el tiempo parece detenerse unos instantes mientras los dos se miran con una mezcla de deseo y de anhelo.

El pelo de Laura cae en guedejas de caoba que les aíslan del resto del mundo, y ambos se dan cuenta de que en algún momento han dejado atrás no sólo su ropa, sino también su pasado y su futuro, que ese es un momento para ellos, y que están desnudos en todos los sentidos posibles. Y en ese mismo instante, lo que hasta entonces había sido lujuria se transforma en algo más dulce, más sólido y lento.

Rafael se incorpora hasta quedar sentado y Laura le abraza con piernas y brazos, hasta que están tan juntos que sienten los latidos del otro como los propios, danzando bajo la piel con pulso firme y rápido. Los segundos se escapan, sus respiraciones se acompasan y ninguno se mueve. Finalmente Laura levanta la cabeza, coge el rostro de Rafael entre sus manos y se besan con languidez y ternura, como si tuvieran todo el tiempo del mundo por delante. Él la tumba lentamente y acaricia su cuerpo mientras ella desliza su lengua por su cuello, dedicándole especial atención a la piel suave detrás de la oreja y a la depresión entre el esternón y las clavículas.

Se recorren centímetro a centímetro, con la boca, con las manos, con la mirada y cuando ya no queda un pedazo de piel sin explorar se funden el uno con el otro, Rafael hundiéndose entre las piernas de Laura, como una luz esquiva que se cuela entre las rendijas, Laura atrapándolo cadenciosamente en el abismo de su vientre. Ya no son capaces de escuchar, de saborear, de ver o de oler, todas las fibras nerviosas parecen concentrarse en el sentido del tacto, estallando en llamas allá donde sus pieles se tocan, convirtiendo cada simple roce en un estremecimiento y cada movimiento en un gemido sordo. Aceleran el ritmo, la fricción aumenta y el sudor de ambos se mezcla entre las sábanas.

El tiempo, tan relativo desde que sus miradas se encontraron en la playa al atardecer, empieza a contar ahora por el sonido que hacen sus cuerpos al chocar. Afuera corre la noche matando estrellas, pero ellos están a salvo del mundo y su mortalidad, inmersos en su propio universo compartido. Pero como todo lo que nace, su fin se acerca con cada latido perdido al borde del orgasmo, que les recorre como una corriente eléctrica, dejándolos exhaustos.

Rafael estrecha a Laura contra su pecho, ella consigue agarrar la esquina de la sábana con la punta de los dedos y cubre sus cuerpos entrelazados. Apoya su cabeza en el hombro de Rafael y cierra los ojos con pereza, preguntándose en qué momento despertará sola en su habitación. Él entierra la nariz en su pelo y piensa que en cuanto se duerma su olor a canela se transformará en el olor a recién pintado de su apartamento. Pero los dos están demasiado satisfechos y cansados como para que puedan resistirse al sueño.

Y la mañana les sorprende durmiendo juntos en la misma cama.

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