jueves, 1 de julio de 2010

Aprendices.

Mi propia noche
se cerraba en bucle sobre el día
y no eran incontables las estrellas,
tan sólo eran cambiantes,
caprichosas detonantes del olvido.

Todo era distinto.
La hierba, la inmortalidad,
el sentido. Era fácil reir,
tanto como llorar.

Amante de la vorágine,
inexperta en la vida. Los años
colgaban sin alma de los dedos.

Y sólo el verano
levantaba los brazos sobre el agua
y trazaba círculos perfectos.
Era agosto y el ruido
de los pasos rompía las aceras.

Lo intentábamos todo: ser aventureros,
descubridores, ser niños
y en el fondo nunca estábamos
jugando. Era el tiempo de ser libres
y aprendices. Y aprendimos
que podíamos caer,
pero no nos importaban las leyes.
Gravedad era una posibilidad,
igual que la magia. Igual que el invierno.

Bajo el sol estival la razón
era sólo una excusa para no alzar el vuelo.
Y quemamos locuras distintas
para no dejar huella. E incendiamos misterios.

Hoy si cierro los ojos y sueño
aún caen como gotas de lluvia
deseos convertidos en ceniza.

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