miércoles, 14 de julio de 2010

La insoportable inmortalidad del ser.

I

La historia es una vieja carretera
que se adentra en el bosque de la memoria
ajena, siempre ajena, dueña de voz
y ramas y raices.

El susurro del viento
desgasta la piedra lentamente
en la batalla de la soledad. Y pierde
los recovecos más oscuros,
donde se hunde en el fango
el paso de lo soñado y la huella
de todo lo vivido.

II

El corazón, salvaje laberinto, se llena
de espinas cuando llega a destiempo
el insólito viajero
de la revelación. Y allí encuentra
maniatado de rosas eternas
al rapaz del silencio con las alas cortadas.

Enrojece la sangre a la espera
de la inmortalidad enmudecida:
la vida al otro lado del sonido
es una muda sonata eternizada
en el compás de otras madrugadas.

Pero es de noche aún para este cielo.

III

El polvo de los siglos está
teñido de colores imposibles
y cae sobre los árboles, pero
las hojas no están tristes
porque su sombra lleva
retazos de deseos
y en ellos se refugian los secretos compartidos.

IV

Ya estoy perdida de nuevo
en el nudo gordiano del olvido,
pero a la espada del mañana le queda
poco para estrenar su filo.

Fiel a la rutina de milenios,
finalmente gritará el cielo
mi nombre al norte de la aurora.

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