Primera parte por aquí.
Estaban los niños, por ejemplo. Eran humanos en miniatura con piernas y brazos más cortos y con una cabeza inmensa. Chillaban, lloraban, se reían y se caían a partes iguales. Aunque claro, pensó Luthien, si yo tuviera que mantener el equilibrio con una cabeza de esas proporciones, seguramente me pasaría la vida en el suelo. Pero así tal cual caían, los niños se levantaban, reclamaban algo de atención de los padres y volvían a correr. Instinto de supervivencia cero. Era físicamente imposible que hubiera tantos seres humanos vivos. Con crías así, debería ser un milagro que llegaran a la edad adulta y se reprodujeran.
Los demonios jóvenes eran igual de impulsivos y tenaces, aunque aprendían mucho más rápido qué cosas hay que hacer y cuáles conviene evitar si quieres seguir con vida. O eso, o no llegabas a la edad adulta, simplemente. Tal vez por eso quedaban tan pocos demonios en el mundo. Luthien podía entender a los niños, en cierta manera, pero los adultos eran harina de otro costal.
Luthien, como buen demonio, percibía con claridad las intenciones y los deseos de los seres humanos. Tras un par de horas observando las terrazas del restaurante El Coyote, la cafetería-heladería Buon Giorno y el bar La Bamba, llegó a la conclusión de que si los niños tenían instinto de supervivencia cero, los adultos tenían un menos cien. Reprimían el 99% de sus impulsos, especialmente los sexuales. ¿Se puede saber de dónde sale tanto niño si no se aparean? Su duda se vio resuelta al caer la noche sobre la playa y al ver a, por lo menos, cuatro parejas de jóvenes disfrutar del sexo al amparo de la oscuridad. Ah, lo que pasa es que les debe de incomodar hacerlo en público, pensó. Revisando los recuerdos de su humano, acabó por confirmar su suposición.
Dejó de vigilar a eso de las tres de la madrugada, cuando se quedó dormido con la frente apoyada en el cristal. Al despertar, Luthien maldijo todos y cada uno de los huesos, músculos y articulaciones que tenía y lo delicado que era el cuerpo humano.
Después, bajó a desayunar al restaurante del hotel y puso en práctica todo lo que había aprendido de normas sociales y expresión corporal. Nadie se apartó inconscientemente de él, e incluso recibió un par de sonrisas coquetas de dos jóvenes camareras que estaban sirviendo mesas cerca de él.
Luthien se dirigió a recepción, pagó la estancia y se detuvo delante del espejo del hall. Con una mirada de aprobación y una perfecta y natural sonrisa de satisfacción en los labios, se arregló la corbata y salió a la calle.
Estoy listo para empezar el juego.
Tenía un único pensamiento en la mente: encontrar a Daniel Covietta, alias Dako, y asociarse con él.
De padre italiano y madre francesa, Daniel había hecho suyas las mejores cualidades de ambos: la ambición propia de un Don siciliano y el encanto de un bohemio parisino. Había creado un micro imperio dedicado a la compra-venta de antigüedades y se encontraba en Galena por cuestiones de trabajo.
Según le habían informado, Covietta llevaba un tiempo expandiendo su negocio al mercado negro y pensaba entrar por la puerta grande haciendo tratos con un contrabandista de armas de primera categoría: Oscar Solano.
Por supuesto, Solano estaba al corriente de que Dako -como se hacía llamar cuando actuaba fuera del entorno legal- era un novato que hacía apenas un par de años había comenzado a hacer sus primeras ventas de pistolas de pequeño calibre a narcos y yonkis de los bajos fondos del Piamonte y la Toscana. Beretta 92 de calibre .40, principalmente, y alguna PPK de 7,65 mm. Nada del otro mundo. Era del tipo de personas que agradaban a Solano: con una buena carnada y un par de jugosas promesas, lo tendría comiendo de su mano. Y en caso de dar problemas, sería sumamente fácil que ocurriera un “accidente de trabajo” que lo quitara de en medio.
Luthien tenía que encontrar pronto a Daniel, antes de que se metiera de lleno en el campo de minas de Solano, diera un paso en falso y saltara por los aires. En lugar de dejar que se inmolara por su cuenta, iba a ayudar a Daniel -o mejor dicho, Daniel le iba a ayudar- a llegar hasta Solano, su verdadero objetivo. Para ello, tenía que ganarse su confianza. Y aunque Luthien se sintiera extraño en aquel cuerpo humano y no supiera del todo cómo manejarse con él, había algo que sabía hacer hasta dormido: ser extraordinaria y aterradoramente persuasivo.
(...)
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