-¿Sabes? A veces clasifico a la gente por colores.
-¿Por colores? ¿De qué, de su ropa?
-No.
-¿De sus zapatos?
-No.
-¿De su pelo?
-No, tonta, no. Las personas pueden cambiarse esos colores cuando quieren. Yo hablo de colores que no cambian. De un aura personal, si quieres llamarlo así.
-La verdad es que a mí eso del aura me da un poco de yuyu, como si al chocarnos con alguien pudiéramos electrocutarnos o algo con un campo de fuerza.
-A eso me refiero, a esas chispas que saltan cuando dos auras se cruzan. Normalmente cuando conoces a alguien y te acercas a darle dos besos, notas ese choque entre las auras y piensas "oye, qué buenas vibraciones me ha dado" o "uff, no me ha gustado su forma de acercarse". Yo en vez de sentirlo como agradable o desagradable, lo percibo como un fogonazo de color.
-¿Ah, sí? Qué curioso... Oye, ¿y de qué color me ves a mí?
-A ti te veo de color amarillo.
-Pero si tú odias el amarillo.
-¿Cómo voy a odiar el amarillo? Es un color, no se puede odiar un color.
-Pero tú dijiste una vez que no te gustaba vestir de amarillo.
-No gustar no es lo mismo que odiar, cielo. No me gusta vestir de color amarillo porque me siento como un pequeño y cegador sol andante.
-Ah... ¿entonces es bueno o malo que me veas de color amarillo?
-Eso es algo que tienes que decidir tú.
-Te encanta eso de dejarlo todo a la imaginación.
-Sí, la verdad es que sí.
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