lunes, 4 de mayo de 2009

La música de las palabras.

Fueron cábalas de dioses sin nombre, libres en ausencia de letras, de notas, de cuerdas quiméricas, hasta que el tiempo hizo acopio de fuerza y confluyó en su origen, formando un destino plagado de memorias errantes. Llegó la lluvia soleada a componer matrices incuestionables de caminos divergentes, cada uno diferente, malditos o bendecidos por la determinación -nunca lo supieron realmente-. Se repartieron entre las líneas de pentagramas superpuestos entre universos paralelos, divagando a su manera acerca de realidades alternativas, todos absolutos y nadas relativas, tratando de no abarcar el infinito al bostezar, por miedo a destrozarse a sí mismos y tener que reconstruir sobre ondulaciones muchas veces remendadas, plagadas de fracturas invisibles. Vibran todavía de estrella a estrella, de piel en piel, como un mar embravecido a media tarde. Vienen y van, bailando al compás que la vida y la muerte marcan, con un tempo concreto, más lento cada vez, aunque nunca detenido. Están dentro y entre nosotros, como una melodía inaudible -ineludible- que va contando una historia. Nuestra historia. Y esa es la magia de todas las palabras.

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