viernes, 13 de marzo de 2009

Tras el cristal.

Hay una suerte de juego perturbador que nos envuelve a todos como el agua. Vivimos entre reflejos de lo que creemos sentir, juzgamos inadvertidamente diamantes de múltiples facetas, con los que podemos cortarnos, maravillarnos o cegarnos a partes iguales. Hoy desperté con la sensación de estar al descubierto, la marea había bajado de repente y me había despojado de espuma, corales y arena, y por un instante fui una roca desnuda de toda pretensión. Luego me fijé un horizonte que alcanzar y me encontré sumergida en una lluvia espesa como la miel, que me dio manos y pies, piernas y brazos, torso y cabeza, y un corazón cuyos latidos reberberaban impacientemente tras las gotas, como si quisieran atravesarlas y volar lejos. La lluvia cesó, pero no había viento que dispersara las gotas, que se quedaron prendidas a mí cambiando la luz a su antojo. Y me pregunto si no estaremos siempre de aguacero en aguacero, de distorsión en distorsión, buscando el reflejo que nos muestre tal y como somos o tal vez la manera de hundirnos en el fondo abisal del océano, donde todos somos iguales en la oscuridad.

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