Un paso y dos y tres y pasa
el tren de la noche en la ventana
y su humo de sueños canta
sobre carriles siempre viejos
y siempre nuevas barricadas.
Para en la ciudad donde dejé
maletas llenas de recuerdos
y hay polizones jugando a la rayuela
entre estrellas, mar y miedos.
Allá a lo lejos tres castillos
por los que batalló mi infancia:
el blanco, el de ladrillo y el de cal
me llaman dulcemente en la distancia.
Y hay guerra hacia delante, mas no importa
si traigo tanta paz como dejé
y me acompañan compañeros fieles
que me guiarán hasta el amanecer.
He de irme ya pues no perdona el sol
que va quemando firme, vagón a vagón
al compás del ritmo del despertador,
llegamos a la última estación...
jueves, 17 de enero de 2013
miércoles, 16 de enero de 2013
Estas horas que ahora van despacio.
Estas horas que ahora van despacio
obedecen al tiempo de la pasión
y van despacio porque no estás y yo
tengo de más vacío en mis espacios.
Desde que tu sonrisa me atraviesa
el vientre preñado de mariposas
no siento las espinas de las rosas
ni la prisión que acatan mis promesas.
Ahora que por fin ya no soy nadie
y avanzo por tu cuerpo en reconquista
haré que tu rutina sea el cielo
y tu corazón un sol que irradie
las flores con complejo equilibrista
que nunca ya conocerán el hielo.
obedecen al tiempo de la pasión
y van despacio porque no estás y yo
tengo de más vacío en mis espacios.
Desde que tu sonrisa me atraviesa
el vientre preñado de mariposas
no siento las espinas de las rosas
ni la prisión que acatan mis promesas.
Ahora que por fin ya no soy nadie
y avanzo por tu cuerpo en reconquista
haré que tu rutina sea el cielo
y tu corazón un sol que irradie
las flores con complejo equilibrista
que nunca ya conocerán el hielo.
martes, 15 de enero de 2013
Montañas agostadas.
No he vuelto a escuchar
el sonido del río correr a contracorriente.
Hizo que cambiara el curso de mi carne inocente,
en montañas agostadas. Resbalé por unos ojos
superiores a los míos.
Llegaba la caballería con los refuerzos núbiles
sin carruajes, sin cisnes furiosos.
Era el tiempo ya de enterrar a la princesa
y forjar a la guerrera
y matar a la poeta
para renacerla dos lustros más tarde.
La oruga tenía dos discos,
unas pulseras de hilos
y películas diabólicas.
Pero nada me preparó para la cicuta en el paladar
y los helados derretidos.
El molino era pequeño
para ser tan gigante
y me aplastó como el trigo.
Se repartieron mi cuerpo en la primera cena
y al regresar a casa estaba entera,
enteramente mojada de un agua sangrienta.
Fue la primera y supo ser tan dura
que a veces en su eco me tropiezo
en el marco de las puertas.
Pero luego sonrío y me enderezo
porque allí aprendí a afilar mis flechas.
el sonido del río correr a contracorriente.
Hizo que cambiara el curso de mi carne inocente,
en montañas agostadas. Resbalé por unos ojos
superiores a los míos.
Llegaba la caballería con los refuerzos núbiles
sin carruajes, sin cisnes furiosos.
Era el tiempo ya de enterrar a la princesa
y forjar a la guerrera
y matar a la poeta
para renacerla dos lustros más tarde.
La oruga tenía dos discos,
unas pulseras de hilos
y películas diabólicas.
Pero nada me preparó para la cicuta en el paladar
y los helados derretidos.
El molino era pequeño
para ser tan gigante
y me aplastó como el trigo.
Se repartieron mi cuerpo en la primera cena
y al regresar a casa estaba entera,
enteramente mojada de un agua sangrienta.
Fue la primera y supo ser tan dura
que a veces en su eco me tropiezo
en el marco de las puertas.
Pero luego sonrío y me enderezo
porque allí aprendí a afilar mis flechas.
lunes, 14 de enero de 2013
Las leyes de la óptica.
Las leyes de la óptica
están hechas para ser incumplidas.
¿Por qué, si no, viene su sonrisa
a llenar los espacios,
y sus ojos rompen lentes y queman tinta?
La llave desfila lejos de las cerraduras
y la fiebre de la madera consume la cal
de su cuerpo encerrado a cal y canto.
En los goznes se atasca el reflejo
y se vuelve atómico.
El encuadre perfecto abarcaría mi mundo y el suyo,
y por complacer su ansia de diamantes
vendí mi alma al diablo de la noche.
Borra las fronteras, transcribe los horizontes,
deseé
y aunque ya no vuelva a ser la misma
haz que exista una fotografía inmaculada
donde reposen mis sueños y sus sueños.
Y aquí abajo está, ¿la ves? Toda blancura,
el lienzo prístino donde trazaremos
el laberinto de encrucijadas
preso en la sala roja, oscura.
están hechas para ser incumplidas.
¿Por qué, si no, viene su sonrisa
a llenar los espacios,
y sus ojos rompen lentes y queman tinta?
La llave desfila lejos de las cerraduras
y la fiebre de la madera consume la cal
de su cuerpo encerrado a cal y canto.
En los goznes se atasca el reflejo
y se vuelve atómico.
El encuadre perfecto abarcaría mi mundo y el suyo,
y por complacer su ansia de diamantes
vendí mi alma al diablo de la noche.
Borra las fronteras, transcribe los horizontes,
deseé
y aunque ya no vuelva a ser la misma
haz que exista una fotografía inmaculada
donde reposen mis sueños y sus sueños.
Y aquí abajo está, ¿la ves? Toda blancura,
el lienzo prístino donde trazaremos
el laberinto de encrucijadas
preso en la sala roja, oscura.
domingo, 13 de enero de 2013
Madrid.
Cerca de los sombreros colgados,
de la opulencia de los escaparates
yace un hombre invisible o casi.
Pocos lo ven. No es mérito del hombre
y su respiración entrecortada
si no de los ojos entrenados para no verlo.
En la Plaza Mayor los retratos satíricos sonríen
y se vende el arte al mejor postor. Un carrusel
de niños señala el vórtice del caos
y huele a calamares y a lunas recluidas.
En los jardines del palacio hay eco de unos besos,
de unas manos entrelazadas durante siglos
que duraron una noche. Los espías ecuestres
ríen con dos, con tres, con cuatro patas
y sus muertes pacíficas de hierro
vaticinan amantes en los laberintos.
En el punto cero ahora nada
una ballena de cristal y acero.
En el punto cero Pinocho vende oro
para hacerse una prótesis de nariz
que de larga se pudrió. Y es que Pinocho
ya no puede ser un niño
con su cuerpo alcornoque tatuado de finanzas.
La sinfonía de trenes guarda
la memoria de los gritos
en un cuello translúcido.
Las cabezas se desperdigan
en la jungla domesticada.
Es un nudo de bronce
que no se deshace.
Y el verde pulmón acotado en hierro
con su ojo de agua y las empedradas manos
hacen que todo ese humo no me asfixie,
que no sea tanto el gentío
como las personas, que el metal y la piedra
coexistan y se fundan en mi corazón
para recordarte siempre bella,
Madrid,
para soñar lo hermoso que hay en ti.
de la opulencia de los escaparates
yace un hombre invisible o casi.
Pocos lo ven. No es mérito del hombre
y su respiración entrecortada
si no de los ojos entrenados para no verlo.
En la Plaza Mayor los retratos satíricos sonríen
y se vende el arte al mejor postor. Un carrusel
de niños señala el vórtice del caos
y huele a calamares y a lunas recluidas.
En los jardines del palacio hay eco de unos besos,
de unas manos entrelazadas durante siglos
que duraron una noche. Los espías ecuestres
ríen con dos, con tres, con cuatro patas
y sus muertes pacíficas de hierro
vaticinan amantes en los laberintos.
En el punto cero ahora nada
una ballena de cristal y acero.
En el punto cero Pinocho vende oro
para hacerse una prótesis de nariz
que de larga se pudrió. Y es que Pinocho
ya no puede ser un niño
con su cuerpo alcornoque tatuado de finanzas.
La sinfonía de trenes guarda
la memoria de los gritos
en un cuello translúcido.
Las cabezas se desperdigan
en la jungla domesticada.
Es un nudo de bronce
que no se deshace.
Y el verde pulmón acotado en hierro
con su ojo de agua y las empedradas manos
hacen que todo ese humo no me asfixie,
que no sea tanto el gentío
como las personas, que el metal y la piedra
coexistan y se fundan en mi corazón
para recordarte siempre bella,
Madrid,
para soñar lo hermoso que hay en ti.
viernes, 11 de enero de 2013
Los lobos y las blancas amapolas.
Estás aquí lamiendo mi sangre,
horadando la piel a grandes pasos,
el gusano en la manzana prohibida. Y te conozco, sí,
te reconozco en los terraplenes
y las amapolas que no llegaban a ser rojas,
que eran monjas o presos o lobos
y nos hacían brujos adivinos.
Estás aquí como la altura de espigas
y la parábola de los saltamontes,
como un escozor de ortigas
que cauterizan la palma de tus manos.
Estás aquí pero ya no puedo tocarte
ni aplastarte contra el foso del garaje
donde las sierpes dormitan
mecidas en blandas telarañas.
Estás aquí pero no estás
dice mi mente
y la ausencia mi corazón desmiente.
horadando la piel a grandes pasos,
el gusano en la manzana prohibida. Y te conozco, sí,
te reconozco en los terraplenes
y las amapolas que no llegaban a ser rojas,
que eran monjas o presos o lobos
y nos hacían brujos adivinos.
Estás aquí como la altura de espigas
y la parábola de los saltamontes,
como un escozor de ortigas
que cauterizan la palma de tus manos.
Estás aquí pero ya no puedo tocarte
ni aplastarte contra el foso del garaje
donde las sierpes dormitan
mecidas en blandas telarañas.
Estás aquí pero no estás
dice mi mente
y la ausencia mi corazón desmiente.
jueves, 10 de enero de 2013
El imperio del fuego.
Las primeras alegrías son tan nuevas
que no son alegrías. Hay que esperar
a la costumbre de cicatrices
para sonreír sin trabas.
No se puede ser feliz por y para siempre
sin haber perdido
y no haber encontrado,
sin la inmolación de las ideas en una realidad helada.
Yo te daré inviernos para tus primaveras
y probaré la carne de tu hambre
y abriré con mi sonrisa abismos
tan profundos que nunca cerrarán.
Y te doleré, te doleré tanto
que no tendrás ya fuerzas para amarme.
A cambio tú te clavarás en mí como una estaca
en el centro de mi mente
y como pájaros que nacen
volarán tus manos en mis océanos.
Despedazaré la tarja de la rutina
y en sus orquídeas sangrientas
comprenderás que me has amado.
Para entonces
ya seré de piedra,
por fuera piedra y por dentro caramelo.
Tendrás que hacer arder las vetas de carbón
e incinerar mi propia aurora renacida.
Y entre cenizas,
me encontrarás al fin fenicia.
Con mi sonrisa incandescente devastaré tu cuerpo
y ya sí, ya si seremos pájaros eternos
en los cielos del mañana.
que no son alegrías. Hay que esperar
a la costumbre de cicatrices
para sonreír sin trabas.
No se puede ser feliz por y para siempre
sin haber perdido
y no haber encontrado,
sin la inmolación de las ideas en una realidad helada.
Yo te daré inviernos para tus primaveras
y probaré la carne de tu hambre
y abriré con mi sonrisa abismos
tan profundos que nunca cerrarán.
Y te doleré, te doleré tanto
que no tendrás ya fuerzas para amarme.
A cambio tú te clavarás en mí como una estaca
en el centro de mi mente
y como pájaros que nacen
volarán tus manos en mis océanos.
Despedazaré la tarja de la rutina
y en sus orquídeas sangrientas
comprenderás que me has amado.
Para entonces
ya seré de piedra,
por fuera piedra y por dentro caramelo.
Tendrás que hacer arder las vetas de carbón
e incinerar mi propia aurora renacida.
Y entre cenizas,
me encontrarás al fin fenicia.
Con mi sonrisa incandescente devastaré tu cuerpo
y ya sí, ya si seremos pájaros eternos
en los cielos del mañana.
Cultura del dolor.
Sordos y ciegos llenan estas calles,
estas venas de acero azul envilecidas.
Vinieron de un latido de gritos,
de un latido de explosiones
y ahora todos ciegos, todos sordos
caminan en los capilares estrechos.
Cierra la mente dijo el primero
y lo siguieron en enjambre, en manada,
y no pensaron ya más por sí mismos.
Que no quieran mirar, que no miren
la desesperación de un corazón enfermo,
que no quieren escuchar, que no escuchen
su paso por el cuerpo cancerígeno.
Para esta marea no sirven los bisturíes,
la niebla de Hiroshima o Nagasaki,
o los rascacielos derribados.
Sería necesaria la deflagración de las ideas
y la cultura del dolor de la que han escapado.
Sería necesaria la arena de las dunas,
los números ensangrentaos y calientes,
los huesos de los niños malnutridos.
A veces solo pido ese deseo,
que miren y escuchen, que miren y escuchen,
que vean y oigan.
estas venas de acero azul envilecidas.
Vinieron de un latido de gritos,
de un latido de explosiones
y ahora todos ciegos, todos sordos
caminan en los capilares estrechos.
Cierra la mente dijo el primero
y lo siguieron en enjambre, en manada,
y no pensaron ya más por sí mismos.
Que no quieran mirar, que no miren
la desesperación de un corazón enfermo,
que no quieren escuchar, que no escuchen
su paso por el cuerpo cancerígeno.
Para esta marea no sirven los bisturíes,
la niebla de Hiroshima o Nagasaki,
o los rascacielos derribados.
Sería necesaria la deflagración de las ideas
y la cultura del dolor de la que han escapado.
Sería necesaria la arena de las dunas,
los números ensangrentaos y calientes,
los huesos de los niños malnutridos.
A veces solo pido ese deseo,
que miren y escuchen, que miren y escuchen,
que vean y oigan.
miércoles, 9 de enero de 2013
Nombres malditos.
Y qué más darán los nombres
dice la Emperatriz. No dan igual,
por ellos vas muriendo.
Si te digo amante no es lo mismo que amado,
no es lo mismo que amor, que enamorado.
No todos ellos aman o son amados
por más que hundan sus raíces
en el mismo lodo léxico.
Hay peces de colores
y la tarja envenenada,
hay osarios dignos de un cementerio
y energía pura en sus orígenes.
No quiero contradecirte, Emperatriz,
pero Ende te hizo esclava de los nombres
y si lo olvidas
volverá a correr la nada en letras rojas,
en letras verdes.
Te alcanzará como tortuga que se hunde,
como dragón irisado.
Te cazará el lobo en la ciudad de los cuentos
y no serán infantiles tus gritos
ni noble tu agonía,
como no lo fue para Romeo y Julieta
aquel nombre, aquella promesa dulce
del amor eterno.
dice la Emperatriz. No dan igual,
por ellos vas muriendo.
Si te digo amante no es lo mismo que amado,
no es lo mismo que amor, que enamorado.
No todos ellos aman o son amados
por más que hundan sus raíces
en el mismo lodo léxico.
Hay peces de colores
y la tarja envenenada,
hay osarios dignos de un cementerio
y energía pura en sus orígenes.
No quiero contradecirte, Emperatriz,
pero Ende te hizo esclava de los nombres
y si lo olvidas
volverá a correr la nada en letras rojas,
en letras verdes.
Te alcanzará como tortuga que se hunde,
como dragón irisado.
Te cazará el lobo en la ciudad de los cuentos
y no serán infantiles tus gritos
ni noble tu agonía,
como no lo fue para Romeo y Julieta
aquel nombre, aquella promesa dulce
del amor eterno.
Poesía leonina.
Menos mal que no tengo que medirme
y buscar alrededor de las palabras,
a través de las palabras,
metáforas que están,
que nunca han existido,
que serán por otras voces transformadas.
Donde sufre la luna travesuras del sol
se descorren las cortinas. Y ruge
mi garganta leonina
porque tu voz no es la mía
y lo domesticado de los versos
salta en cairel hacia afuera por los arcos de fuego
de tus ojos, que no son los míos
y empieza el espectáculo de tu destrucción.
O peor, de la descomposición de lo sentido
por haber osado hacerse escrito.
Déjame, te digo, yacer en la sabana
que no es sábana protectora de sueños.
Las letras son sólo mías
para comprenderlas.
Si quieres intuirlas, hiena,
alimentarte de moribundos espejismos
tal vez acabes siendo antílope
y escribas con tu sangre hirviente
en el desierto de estos espacios.
Mis cachorros esquivarán
el látigo de tus falsas aliteraciones.
Sí, hablo de leones, madrileños
para más señas. Podría hablar de osos
pero así los buitres no me temerían.
Y esa es mi intención, lo reconozco,
asustar a quien se acerque a mis crías,
crías que hasta yo desconozco,
pero mías, mías, mías,
mi camada, poesía leonina.
y buscar alrededor de las palabras,
a través de las palabras,
metáforas que están,
que nunca han existido,
que serán por otras voces transformadas.
Donde sufre la luna travesuras del sol
se descorren las cortinas. Y ruge
mi garganta leonina
porque tu voz no es la mía
y lo domesticado de los versos
salta en cairel hacia afuera por los arcos de fuego
de tus ojos, que no son los míos
y empieza el espectáculo de tu destrucción.
O peor, de la descomposición de lo sentido
por haber osado hacerse escrito.
Déjame, te digo, yacer en la sabana
que no es sábana protectora de sueños.
Las letras son sólo mías
para comprenderlas.
Si quieres intuirlas, hiena,
alimentarte de moribundos espejismos
tal vez acabes siendo antílope
y escribas con tu sangre hirviente
en el desierto de estos espacios.
Mis cachorros esquivarán
el látigo de tus falsas aliteraciones.
Sí, hablo de leones, madrileños
para más señas. Podría hablar de osos
pero así los buitres no me temerían.
Y esa es mi intención, lo reconozco,
asustar a quien se acerque a mis crías,
crías que hasta yo desconozco,
pero mías, mías, mías,
mi camada, poesía leonina.
martes, 8 de enero de 2013
Londres
Aunque trate de invocar
tus serpientes empedradas de niebla,
la arquitectura de tu rostro antiguo y nuevo
o el vendaval de musgo entre los muertos
lo que más recuerdo de ti,
ciudad albina,
es un campo de estrellas.
Podría recordarte por las catacumbas
llenas de cielo y saxofón
o por las esquinas emblemáticas y abiertas.
Podría haberme conquistado
-y casi, casi lo hizo-
la lluvia y sus espejos de adoquines,
los ojos sin párpados entrecerrados
en esa conciencia clara de la penumbra.
Te recuerdo gris, ciudad albina,
y encantadora y secretamente verde,
selváticamente desierta.
Podría recordar de ti
los ojos obsidiana de tus esfinges
o la guardia y los dragones que aguardan.
Pero lo que atormenta
y cautiva mi corazón
es ese campo de estrellas prófugas,
cayendo en ti, oh, naciendo de ti, oh,
inefable Albión.
tus serpientes empedradas de niebla,
la arquitectura de tu rostro antiguo y nuevo
o el vendaval de musgo entre los muertos
lo que más recuerdo de ti,
ciudad albina,
es un campo de estrellas.
Podría recordarte por las catacumbas
llenas de cielo y saxofón
o por las esquinas emblemáticas y abiertas.
Podría haberme conquistado
-y casi, casi lo hizo-
la lluvia y sus espejos de adoquines,
los ojos sin párpados entrecerrados
en esa conciencia clara de la penumbra.
Te recuerdo gris, ciudad albina,
y encantadora y secretamente verde,
selváticamente desierta.
Podría recordar de ti
los ojos obsidiana de tus esfinges
o la guardia y los dragones que aguardan.
Pero lo que atormenta
y cautiva mi corazón
es ese campo de estrellas prófugas,
cayendo en ti, oh, naciendo de ti, oh,
inefable Albión.
Ruiseñor.
Quién osara encadenarte, ruiseñor,
afilada en enajenos cotidianos
como un patio de luces apagadas.
No hay sombra tanta ni tan ruin
que pueda enmudecer tus olivares,
tu piedra albor de escalas azucenas,
la fe de poniente que profesas.
Que te guarde la confianza en ti,
que te proteja el cúmulo de ojos estrellados
nublados por fugaces desenlaces,
que te esconda la tierra en sus raíces
y te exponga en flor transformada
en azahar noche entrelazada.
Tú que oyes la voz de lo azul
tan hondo en ti, tan hondo
que hunde el eco del cielo tus latidos
y es tu piel marea sublimada
sobre la piel del mundo.
Allí donde vas, emperatriz de esquifes,
reinas en yermos que solo en ti florecen
porque es tu cuerpo incauta primavera
que paredes aceradas atraviesa.
Déjame tocar tu alma,
despojarte de silencios y de miedos,
y duerme liberada del llanto
dulce pequeña mía
si es que aún te queda algo de niña
y de inocencia.
afilada en enajenos cotidianos
como un patio de luces apagadas.
No hay sombra tanta ni tan ruin
que pueda enmudecer tus olivares,
tu piedra albor de escalas azucenas,
la fe de poniente que profesas.
Que te guarde la confianza en ti,
que te proteja el cúmulo de ojos estrellados
nublados por fugaces desenlaces,
que te esconda la tierra en sus raíces
y te exponga en flor transformada
en azahar noche entrelazada.
Tú que oyes la voz de lo azul
tan hondo en ti, tan hondo
que hunde el eco del cielo tus latidos
y es tu piel marea sublimada
sobre la piel del mundo.
Allí donde vas, emperatriz de esquifes,
reinas en yermos que solo en ti florecen
porque es tu cuerpo incauta primavera
que paredes aceradas atraviesa.
Déjame tocar tu alma,
despojarte de silencios y de miedos,
y duerme liberada del llanto
dulce pequeña mía
si es que aún te queda algo de niña
y de inocencia.
lunes, 7 de enero de 2013
Nunca he conocido el dolor de antaño.
Nunca he conocido el dolor de antaño,
el corazón helado por lo vivido,
ni sobre mi piel se ha posado la miseria
ni mi estómago de hambre ha padecido.
Solo conozco los cadáveres de los árboles,
con sus muñones al aire
y sus pájaros parásitos alerta,
y la desnudez de las calles en invierno
vacías por el pecado de la pereza
y no por el de la ira.
Pero a falta de la guerra entre hombres
he conocido la guerra dentro de ellos,
el hambre de caricias e ilusiones,
la caótica explosión de las pasiones
en mentes irracionales y corazones pequeños,
la reivindicación de los sueños reprimidos,
la rebelión de los deseos incomprendidos,
las balas aceradas del desprecio.
Nunca he conocido el dolor de antaño
más que en el recuerdo ajeno,
pero conozco la agonía silente
de amores que se gastan con los años,
de heridas interiores sin consuelo,
de ermitaños que caminan entre la gente.
Nunca he conocido el dolor de antaño
y, sin embargo, agradezco mi ignorancia,
mi memoria del siglo veintiuno
ya guarda suficientes desengaños,
suficiente orgullo y arrogancia,
suficientes traiciones sin restaños.
el corazón helado por lo vivido,
ni sobre mi piel se ha posado la miseria
ni mi estómago de hambre ha padecido.
Solo conozco los cadáveres de los árboles,
con sus muñones al aire
y sus pájaros parásitos alerta,
y la desnudez de las calles en invierno
vacías por el pecado de la pereza
y no por el de la ira.
Pero a falta de la guerra entre hombres
he conocido la guerra dentro de ellos,
el hambre de caricias e ilusiones,
la caótica explosión de las pasiones
en mentes irracionales y corazones pequeños,
la reivindicación de los sueños reprimidos,
la rebelión de los deseos incomprendidos,
las balas aceradas del desprecio.
Nunca he conocido el dolor de antaño
más que en el recuerdo ajeno,
pero conozco la agonía silente
de amores que se gastan con los años,
de heridas interiores sin consuelo,
de ermitaños que caminan entre la gente.
Nunca he conocido el dolor de antaño
y, sin embargo, agradezco mi ignorancia,
mi memoria del siglo veintiuno
ya guarda suficientes desengaños,
suficiente orgullo y arrogancia,
suficientes traiciones sin restaños.
domingo, 6 de enero de 2013
Amarte sí que es una odisea.
Amarte sí que es una odisea
y no cruzar los mares que te acotan
en isla, en paraíso encrucijado
por donde vagan bestias sin ojos
y más que ellas, ciego me recibe
el incendio de soledades al tocarte.
Sentirte y saberte lejano,
no hay embrujo más fuerte
ni canto de sirena que me atraiga
más allá de ti
del ánfora sellada de tus besos.
Amarme sí que es una odisea,
Casiopea ya quisiera para sí
la miríada de estrellas que colapsan
cuando te tengo en mí. Y ya sé que esto es ajeno,
ya lo sé, y los narcisos que adoraré
en tu nariz de emperador,
y el laurel que soy de ti, apolíneo,
pero así es de grande esta cruzada,
helénica y romana en sus gobiernos,
una Troya traicionada antes de tiempo.
No hay paso más terrible,
por más que lo pretendan Escila y Caribdis
que la invocación de andenes separados,
donde el baile de alaridos y ventanas
divide eternidad en infinito
lejos y para siempre hasta encontrarnos
tejiéndote, tejiéndome, entretejiéndonos.
No cortéis los hilos, Moiras,
aunque sea vuestro origen, fin, mandato,
pues no hay cabos sueltos ni nudos gordianos
en los que nuestros destinos
terminen por separado.
Amar sí que es una odisea
y cruzaría la tierra hasta encontrarte
y cortaría el océano parte a parte
si para seguir amando necesario fuera.
y no cruzar los mares que te acotan
en isla, en paraíso encrucijado
por donde vagan bestias sin ojos
y más que ellas, ciego me recibe
el incendio de soledades al tocarte.
Sentirte y saberte lejano,
no hay embrujo más fuerte
ni canto de sirena que me atraiga
más allá de ti
del ánfora sellada de tus besos.
Amarme sí que es una odisea,
Casiopea ya quisiera para sí
la miríada de estrellas que colapsan
cuando te tengo en mí. Y ya sé que esto es ajeno,
ya lo sé, y los narcisos que adoraré
en tu nariz de emperador,
y el laurel que soy de ti, apolíneo,
pero así es de grande esta cruzada,
helénica y romana en sus gobiernos,
una Troya traicionada antes de tiempo.
No hay paso más terrible,
por más que lo pretendan Escila y Caribdis
que la invocación de andenes separados,
donde el baile de alaridos y ventanas
divide eternidad en infinito
lejos y para siempre hasta encontrarnos
tejiéndote, tejiéndome, entretejiéndonos.
No cortéis los hilos, Moiras,
aunque sea vuestro origen, fin, mandato,
pues no hay cabos sueltos ni nudos gordianos
en los que nuestros destinos
terminen por separado.
Amar sí que es una odisea
y cruzaría la tierra hasta encontrarte
y cortaría el océano parte a parte
si para seguir amando necesario fuera.
sábado, 5 de enero de 2013
Panthalassa grita.
Alacranes en la madrugada
que giran prófugos sobre la espalda.
Entre la ciudad y la espada
está el campo herido,
cruzado de latigazos empedrados.
Bajo las ruedas y la hormigonera
corretean las hormigas ancestrales
que guardan la memoria de Pangea.
Y si miras más allá,
un doble azul espejo enajena gaviotas
y enmudece voces vacacionales.
Panthalassa grita y nadie escucha,
grita por su despedazada amada,
que se disgrega desde hace milenios
en rectas imaginarias.
Hasta la ultima gota que es piedra
tiene dueño,
tiene amo,
y se la han arrebatado.
Panthalassa,
enfurecido, está creciendo,
alimentado por los árticos bocados
de fría venganza.
Pangea, grita, Pangea,
yo te acaricio sobre las suturas,
porque esta lluvia aún no tiene amo
y te libero así, te resucito
hundida en mí.
Sacude el polvo de tus ojos incendiados
y mírame, amante amada,
porque este viento aún no tiene dueño
devuelve en parpadeo los milenios
y vuelve atrás, amor,
y retrocede
hasta donde no había búsqueda de paraísos
ni temor de infiernos.
Huye hasta la doctrina de los árboles
y el imperio de las aves,
escapa hasta que vuelvas a fundirte
y se sublimen las estrellas.
Ven hasta que no seamos dos
y en lugar de división y expansión
torne la matemática del universo
en simplificación y fusión.
que giran prófugos sobre la espalda.
Entre la ciudad y la espada
está el campo herido,
cruzado de latigazos empedrados.
Bajo las ruedas y la hormigonera
corretean las hormigas ancestrales
que guardan la memoria de Pangea.
Y si miras más allá,
un doble azul espejo enajena gaviotas
y enmudece voces vacacionales.
Panthalassa grita y nadie escucha,
grita por su despedazada amada,
que se disgrega desde hace milenios
en rectas imaginarias.
Hasta la ultima gota que es piedra
tiene dueño,
tiene amo,
y se la han arrebatado.
Panthalassa,
enfurecido, está creciendo,
alimentado por los árticos bocados
de fría venganza.
Pangea, grita, Pangea,
yo te acaricio sobre las suturas,
porque esta lluvia aún no tiene amo
y te libero así, te resucito
hundida en mí.
Sacude el polvo de tus ojos incendiados
y mírame, amante amada,
porque este viento aún no tiene dueño
devuelve en parpadeo los milenios
y vuelve atrás, amor,
y retrocede
hasta donde no había búsqueda de paraísos
ni temor de infiernos.
Huye hasta la doctrina de los árboles
y el imperio de las aves,
escapa hasta que vuelvas a fundirte
y se sublimen las estrellas.
Ven hasta que no seamos dos
y en lugar de división y expansión
torne la matemática del universo
en simplificación y fusión.
La traición de Diana.
No puedo escapar de mi ojo
y ser juez y testigo. No puedo, no debo
parir las aves de la libertad
en sílabas esdrújulas,
en respuestas llanas tras un final agudo.
Prometí ser yo y eso tiene sus limitaciones,
no comprenderte cuando te alzas
contra el sol en rebelión adelantada
ni cuando rodeas las aliteraciones de conciencia.
Pero sí comprendo el mar,
las mareas sonoras que sacuden tu cuerpo
y aunque no lo hiciera,
aunque no te entendiera nunca
ejercería mi transformación lunar
y me haría invisible para ti,
negra, negra noche
para calmar tu corazón.
Y el corzo traicionado de tus lágrimas
tal vez pudiera odiarme
y convertir tus manos en jauría,
más no irían contra mí sus dentelladas.
Morderías furibundo el vientre del mundo
y sobre los claros sanguinolentos
escribiría tu paz en mi silencio.
No puedo escapar de mi cuerpo
y ser juez y testigo, mas seré
la hierba que germine entre la sangre,
la muda cómplice del fin de la agonía.
y ser juez y testigo. No puedo, no debo
parir las aves de la libertad
en sílabas esdrújulas,
en respuestas llanas tras un final agudo.
Prometí ser yo y eso tiene sus limitaciones,
no comprenderte cuando te alzas
contra el sol en rebelión adelantada
ni cuando rodeas las aliteraciones de conciencia.
Pero sí comprendo el mar,
las mareas sonoras que sacuden tu cuerpo
y aunque no lo hiciera,
aunque no te entendiera nunca
ejercería mi transformación lunar
y me haría invisible para ti,
negra, negra noche
para calmar tu corazón.
Y el corzo traicionado de tus lágrimas
tal vez pudiera odiarme
y convertir tus manos en jauría,
más no irían contra mí sus dentelladas.
Morderías furibundo el vientre del mundo
y sobre los claros sanguinolentos
escribiría tu paz en mi silencio.
No puedo escapar de mi cuerpo
y ser juez y testigo, mas seré
la hierba que germine entre la sangre,
la muda cómplice del fin de la agonía.
viernes, 4 de enero de 2013
Toda tu ausencia es agua.
Toda tu ausencia es agua
de las manos lavadas
en el cuerpo, revueltas,
turbias, claros de obsidiana
donde licúa la muerte sus recuerdos.
Trataba tu blanca calavera
de encontrarme perdida,
exiliada de los carnavales,
curtida de máscaras
y lejos del fuego de las hogueras.
Pero me encuentro en llamas
a punto de ceniza pero estrellada aún
a salvo de la legislación de tu memoria.
Nada podría darte ahora
que no fuera carbonizado de horas
o remendado a ciegas. Las agujas
de romero que trasnochan tus días
se volvieron sal de los océanos,
ajenos ya, no de esas playas compartidas,
no nuestros ya,
no diestros. Están más cerca ahora,
o eso creo,
de la siniestra y luminosa alegoría.
Y te preguntarás de qué,
yo te respondo,
de los escritos condenados a la incompletitud
por no dar nunca fin
a lo acabado...
de las manos lavadas
en el cuerpo, revueltas,
turbias, claros de obsidiana
donde licúa la muerte sus recuerdos.
Trataba tu blanca calavera
de encontrarme perdida,
exiliada de los carnavales,
curtida de máscaras
y lejos del fuego de las hogueras.
Pero me encuentro en llamas
a punto de ceniza pero estrellada aún
a salvo de la legislación de tu memoria.
Nada podría darte ahora
que no fuera carbonizado de horas
o remendado a ciegas. Las agujas
de romero que trasnochan tus días
se volvieron sal de los océanos,
ajenos ya, no de esas playas compartidas,
no nuestros ya,
no diestros. Están más cerca ahora,
o eso creo,
de la siniestra y luminosa alegoría.
Y te preguntarás de qué,
yo te respondo,
de los escritos condenados a la incompletitud
por no dar nunca fin
a lo acabado...
jueves, 3 de enero de 2013
No es extraño.
No es extraño que haya decidido amarte,
extraño es inmolarme en los desfiladeros de tu frente
e invocarte como un dios atávico
de una memoria más antigua
que mi corazón de dos milenios,
dos siglos y cuatro decenios,
que mi corazón de veintitrés inviernos.
Lo extraño es el baile de máscaras
donde la rosa esconde los pétalos
tras las espinas
y la luna sangra su tributo de horas
y los pergaminos se incendian
de noches en vela.
No es extraño que quiera amarte,
lo extraño es buscarte y no encontrarme,
buscarme y no encontrarte
y un latido tan seguido de un gemido
que marca las fronteras de la nieve dulce
en las que se ahoga la esperanza.
Lo extraño no es que duela amarte,
es perderte
por no haberte tenido surcando las mareas
con tu mirada esquife y tus anclas
que se hunden hasta la serenidad de lo seguro.
Cuán raro es todo, cuán insólita
la soledad que acota tempestades,
cuán tirano el deber de las cadenas
a las que tus palabras me condenan.
Lo extraño no es amarte,
es que sean tuyos, solo tuyos, estos versos
y sean mis manos las que los escriban.
extraño es inmolarme en los desfiladeros de tu frente
e invocarte como un dios atávico
de una memoria más antigua
que mi corazón de dos milenios,
dos siglos y cuatro decenios,
que mi corazón de veintitrés inviernos.
Lo extraño es el baile de máscaras
donde la rosa esconde los pétalos
tras las espinas
y la luna sangra su tributo de horas
y los pergaminos se incendian
de noches en vela.
No es extraño que quiera amarte,
lo extraño es buscarte y no encontrarme,
buscarme y no encontrarte
y un latido tan seguido de un gemido
que marca las fronteras de la nieve dulce
en las que se ahoga la esperanza.
Lo extraño no es que duela amarte,
es perderte
por no haberte tenido surcando las mareas
con tu mirada esquife y tus anclas
que se hunden hasta la serenidad de lo seguro.
Cuán raro es todo, cuán insólita
la soledad que acota tempestades,
cuán tirano el deber de las cadenas
a las que tus palabras me condenan.
Lo extraño no es amarte,
es que sean tuyos, solo tuyos, estos versos
y sean mis manos las que los escriban.
miércoles, 2 de enero de 2013
Días africanos.
Queda aún un mes de días africanos
condenados a la aridez de las dunas,
a contar una y otra vez los granos de arena.
Y puede que haya algo más sísifico
que esta vuelta a los oasis. Si es así
yo no sé donde encontrarlo
ni sé saciar mi sed con su certeza.
Hay que masticar despacio la sombra corrediza
y saber oír de lejos los cascabeles
y huir de los elefantes que no se balancean
en la corteza rota de la tarde.
Tengo la mente dividida
y va soñando páramos,
ora hirvientes, ora congelados,
ora enterrados en arena, siempre arena.
Me amordazan los dedos del hastío
y ni siquiera el horizonte ofrece consuelo,
cientos de millas o kilómetros o pies
de arena, de arena, de arena
que gotea en los ojos secos
por luces amarillas.
Alimento la curva de los meses
con la savia alquímica de ese oro.
Y solo espero, oh, tan solo espero,
no morir de inanición y siendo sabia.
Tres días de invierno.
Se avecina una tormenta actualizadora, he tenido un boom de inspiración (probablemente como catársis a la tensión de las oposiciones).
Que todos los recuerdos se reúnan:
el amor, los deseos y las cicatrices,
tengo de plazo tres días de invierno
para hacer crecer una flor con sus raíces.
Puede que hayan pasado solo tres noches de invierno
pero fueron bajo la luz de una luna saciada,
alimentada argéntea de toda una vida.
Recolecté de sus claros las musas
que abrieron las exclusas
e inundaron los sueños.
Partí de cero y este por la mitad
y enmudecí las horas con percusiones grises.
Que no te engañe la similitud de palabras,
cada río viene de un lugar
distinto y desemboca, eso sí,
en el mismo mar.
Arrástrate en la taquigrafía
de estos versos
y llévame contigo hasta encontrarme
de nuevo en la geografía
de otros días.
Deslúmbrame de luz emancipada
de la costumbre de las marejadas,
yo haré de ti un accidente acuático
que fluya entre las letras.
Y me ahogaré lazárica
a los tres días,
en alfa y en omega transformada
para escupir la cáscara de mis pretensiones
pues mi único y exiguo patrimonio
cabe en la palma de una mano.
Que todos los recuerdos se reúnan:
el amor, los deseos y las cicatrices,
tengo de plazo tres días de invierno
para hacer crecer una flor con sus raíces.
Puede que hayan pasado solo tres noches de invierno
pero fueron bajo la luz de una luna saciada,
alimentada argéntea de toda una vida.
Recolecté de sus claros las musas
que abrieron las exclusas
e inundaron los sueños.
Partí de cero y este por la mitad
y enmudecí las horas con percusiones grises.
Que no te engañe la similitud de palabras,
cada río viene de un lugar
distinto y desemboca, eso sí,
en el mismo mar.
Arrástrate en la taquigrafía
de estos versos
y llévame contigo hasta encontrarme
de nuevo en la geografía
de otros días.
Deslúmbrame de luz emancipada
de la costumbre de las marejadas,
yo haré de ti un accidente acuático
que fluya entre las letras.
Y me ahogaré lazárica
a los tres días,
en alfa y en omega transformada
para escupir la cáscara de mis pretensiones
pues mi único y exiguo patrimonio
cabe en la palma de una mano.
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