jueves, 10 de enero de 2013

El imperio del fuego.

Las primeras alegrías son tan nuevas
que no son alegrías. Hay que esperar
a la costumbre de cicatrices
para sonreír sin trabas.
No se puede ser feliz por y para siempre
sin haber perdido
y no haber encontrado,
sin la inmolación de las ideas en una realidad helada.

Yo te daré inviernos para tus primaveras
y probaré la carne de tu hambre
y abriré con mi sonrisa abismos
tan profundos que nunca cerrarán.
Y te doleré, te doleré tanto
que no tendrás ya fuerzas para amarme.

A cambio tú te clavarás en mí como una estaca
en el centro de mi mente
y como pájaros que nacen
volarán tus manos en mis océanos.
Despedazaré la tarja de la rutina
y en sus orquídeas sangrientas
comprenderás que me has amado.

Para entonces
ya seré de piedra,
por fuera piedra y por dentro caramelo.
Tendrás que hacer arder las vetas de carbón
e incinerar mi propia aurora renacida.
Y entre cenizas,
me encontrarás al fin fenicia.

Con mi sonrisa incandescente devastaré tu cuerpo
y ya sí, ya si seremos pájaros eternos
en los cielos del mañana.

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