martes, 8 de enero de 2013

Ruiseñor.

Quién osara encadenarte, ruiseñor,
afilada en enajenos cotidianos
como un patio de luces apagadas.
No hay sombra tanta ni tan ruin
que pueda enmudecer tus olivares,
tu piedra albor de escalas azucenas,
la fe de poniente que profesas.

Que te guarde la confianza en ti,
que te proteja el cúmulo de ojos estrellados
nublados por fugaces desenlaces,
que te esconda la tierra en sus raíces
y te exponga en flor transformada
en azahar noche entrelazada.

Tú que oyes la voz de lo azul
tan hondo en ti, tan hondo
que hunde el eco del cielo tus latidos
y es tu piel marea sublimada
sobre la piel del mundo.
Allí donde vas, emperatriz de esquifes,
reinas en yermos que solo en ti florecen
porque es tu cuerpo incauta primavera
que paredes aceradas atraviesa.

Déjame tocar tu alma,
despojarte de silencios y de miedos,
y duerme liberada del llanto
dulce pequeña mía
si es que aún te queda algo de niña
y de inocencia.

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