sábado, 5 de enero de 2013

Panthalassa grita.

Alacranes en la madrugada
que giran prófugos sobre la espalda.
Entre la ciudad y la espada
está el campo herido,
cruzado de latigazos empedrados.
Bajo las ruedas y la hormigonera
corretean las hormigas ancestrales
que guardan la memoria de Pangea.
Y si miras más allá,
un doble azul espejo enajena gaviotas
y enmudece voces vacacionales.

Panthalassa grita y nadie escucha,
grita por su despedazada amada,
que se disgrega desde hace milenios
en rectas imaginarias.
Hasta la ultima gota que es piedra
tiene dueño,
tiene amo,
y se la han arrebatado.
Panthalassa,
enfurecido, está creciendo,
alimentado por los árticos bocados
de fría venganza.

Pangea, grita, Pangea,
yo te acaricio sobre las suturas,
porque esta lluvia aún no tiene amo
y te libero así, te resucito
hundida en mí.
Sacude el polvo de tus ojos incendiados
y mírame, amante amada,
porque este viento aún no tiene dueño
devuelve en parpadeo los milenios
y vuelve atrás, amor,
y retrocede
hasta donde no había búsqueda de paraísos
ni temor de infiernos.
Huye hasta la doctrina de los árboles
y el imperio de las aves,
escapa hasta que vuelvas a fundirte
y se sublimen las estrellas.

Ven hasta que no seamos dos
y en lugar de división y expansión
torne la matemática del universo
en simplificación y fusión.

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